“LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A ESCOCIA DE 1719”
CAPÍTULO. I
1.- ANTECEDENTES.
1.1.- Felipe V y su llegada al trono español.

La previsible muerte del último rey de los Austrias, Carlos II, sin herederos, provocó que el problema de la sucesión española dominara la política europea durante las últimas cuatro décadas del siglo XVII.
El rey de Francia, Luis XIV, había contraído matrimonio con María Teresa, hija de Felipe IV, y tenía sus intereses puestos en el trono español, a pesar de que se había firmado un tratado en el momento de sus nupcias en el que se hacía explícito que María Teresa y su descendencia quedaban excluidos de la corona hispana. Aun así, el rey de Francia obvió esta consideración y en enero de 1668 firmaba otro tratado en secreto con el emperador Leopoldo I para que, en el supuesto de que el enfermizo Carlos no tuviera descendencia, repartirse el trono español.
Nuevos tratados se firmaron entre las diferentes potencias europeas durante los siguientes años de vida de Carlos II, lo que avivó las pugnas internacionales y las tensiones en Madrid. El testamento de Felipe IV contemplaba la posible muerte sin sucesor de su heredero de la siguiente forma −excluyendo, como ya hemos dicho, a la rama francesa por la renuncia de María Teresa−: primero, serían llamados a la sucesión los descendientes de la infanta Margarita, hija de Felipe IV y Mariana de Austria; en segundo lugar, los de la infanta María, hermana de Felipe IV y madre del emperador Leopoldo; y en última instancia, a la descendencia de Catalina, hija de Felipe II y casada con el duque de Saboya. Finalmente, en los años previos a la muerte de Carlos II, éste se decantó por el príncipe José Fernando de Baviera, hijo de la infanta María Antonia y, por tanto, nieto de la infanta Margarita, y en quien recaían los derechos señalados por el testamento antes mencionado.
Pero la prematura muerte de José Fernando en 1699, volvió a revivir las ambiciones del resto de potencias europeas y un nuevo tratado de partición se firmó de espaldas a España en el que se reconocía como heredero al archiduque Carlos de Austria; tratado que conllevaría una división del imperio español, ya que el archiduque regiría en la península, Países Bajos e Indias, mientras que Francia conseguiría la Toscana, Nápoles y Sicilia, y Leopoldo, duque de Lorena, recibiría Milán a cambio de ceder Lorena y Bar al delfín francés. Francia, Holanda e Inglaterra se mostraron favorables a esta partición, pero no así el Emperador, que reclamaba la totalidad de la herencia española para el archiduque.
Sin embargo, Carlos II, preocupado por conservar intactos sus dominios y el bienestar de sus súbditos −y por recomendación de su Consejo de Estado−, testó a favor de Felipe, duque de Anjou, segundo hijo del Gran Delfín francés.
Felipe fue proclamado Rey de España con el nombre de Felipe V y entró en Madrid en 1701.
El problema surgió cuando Luis XIV declaró que los derechos sucesorios de Felipe al trono francés seguían intactos. El resto de potencias europeas comenzó a temer la posible perspectiva de la unión de las coronas de España y Francia, por lo que Austria, Inglaterra y Holanda firmaron “La Gran Alianza de la Haya” y, en 1702, declararon la guerra a España y Francia, dando lugar a la llamada “Guerra de sucesión española (1702-1714)”.
Este conflicto fue, tanto internacional, como civil, ya que mientras Castilla y Navarra fueron fieles al candidato Borbón, la mayor parte de la Corona de Aragón prestó su apoyo al candidato austriaco.
Tras varias victorias y derrotas de ambos bandos, en 1711 la muerte del Emperador austriaco José, dejó la corona en manos del archiduque Carlos; lo que propició que el resto de potencias europeas temieran ahora el gran poder de los Habsburgo y decidieran imponer un tratado de paz para el conflicto español.
El Tratado de Utrecht reconocía a Felipe V como Rey de España, renunciando al trono francés, conservando los territorios de ultramar y perdiendo varios territorios en Europa (Países Bajos españoles, Ducado de Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña), así como Gibraltar y Menoría que recaían en manos de los ingleses.
De esta manera, España pasaba a ser una potencia menor y perdía su hegemonía en el Mediterráneo occidental, para dejar abiertas las puertas a la nueva y emergente potencia marítima de los ingleses.
1.2.- El cardenal Alberoni y su ascenso al poder.

Giulio Alberoni nació en Piacenza en 1664 dentro del seno de una familia humilde. Su padre era jardinero al servicio del duque de Parma. Ya desde la infancia, su relación con la Iglesia se hizo patente y pronto se convirtió en uno de los clérigos favoritos y más estudiosos de la Congregación de clérigos regulares de San Pablo. Por su talento para el estudio y la diplomacia, fue protegido del duque de Parma y, gracias a él, acabó al servicio de Luis José de Borbón, duque de Vendôme. Su dominio del francés le hizo congeniar con el duque inmediatamente y no tardó mucho en que lo nombrara su secretario.
En sus primeros tiempos juntos, ambos se encargaron de viajar para difundir en diferentes territorios europeos las ventajas de posicionarse a favor de Francia en diversos asuntos políticos. Por el éxito que tuvieron en las negociaciones, Luis XIV decidió enviarlos a visitar España para ayudar a su nieto a frenar el avance austriaco quienes, tras derrotar a los partidarios borbónicos en su intento de reconquistar Barcelona durante la Guerra de sucesión, tenían ahora en su punto de mira ocupar Madrid y proclamar al archiduque Rey de España.
Por estas razones, el monarca francés decidió enviar a Vendôme al mando de un cuerpo del ejército para fortalecer los intereses de su nieto Felipe. El abate Alberoni lo acompañó en esta misión y así llegó por primera vez a España.
En 1710, Vendôme obtuvo las victorias de Villaviciosa y Brihuega derrotando a los británicos del general James Stanhope. Más tarde, con la ayuda del abate, negociaron con los aragoneses y participaron en las prenegociaciones de Utrecht (1711), lo que fue acrecentando el prestigio diplomático de ambos.
Tras la muerte de Vendôme en 1712, el abate Alberoni siguió representando los intereses de Luis XIV, aunque ello le reportó las hostilidades de varios personajes importantes de la época. A Felipe V no terminaba de agradarle por sus recomendaciones de renuncia al trono francés; la princesa de los Ursinos, camarera mayor de la esposa de Felipe V, María Luisa Gabriela de Saboya, y personaje muy influyente en la Corte española, la llegada de Alberoni y su participación en las prenegociaciones de Utrecht, le habían restado el prestigio y la credibilidad que, hasta esos momentos, había tenido en Versalles; asimismo, el secretario de Felipe, Grimaldi, no acababa de ver con buenos ojos su incipiente papel en la Corte.
A la muerte de María Luisa Gabriela, fue el propio Alberoni el que negoció con Parma el nuevo matrimonio de Felipe V. Isabel de Farnesio, la sobrina del duque de Parma, se convirtió en la candidata ideal. La Ursinos, que no quería perder el poder en la Corte que había cosechado como camarera de la anterior reina, acabó aceptando este nuevo matrimonio pensando, engañada, que la nueva reina sería una persona débil de carácter a la que podría manejar a su antojo. Sin embargo, en diciembre de 1714, cuando fue a recibir a Isabel de Farnesio a su llegada a España, fue expulsada del país por la nueva reina. Isabel había recibido instrucciones concernientes a la princesa de Ursinos del propio Alberoni y no tardó en ordenar a la Guardia de Corps13] que la escoltaran hasta la frontera con Francia.
Con la llegada de la nueva reina, Alberoni comenzó a tomar más protagonismo en la Corte española al convertirse en asesor y secretario de ésta, consiguiendo que Felipe fuera, paulatinamente, otorgándole cada vez más funciones.
Entre los años 1715 y 1716, el abate estuvo encargado de las negociaciones que tenían que ver con las complejas relaciones entre Francia y España. Poco después, en 1717, prácticamente ya comparte con el monarca español la toma de decisiones respecto al gobierno de la nación. Además, ese mismo año recibe el capelo cardenalicio.
Tras las reformas económicas que el ahora cardenal empleó para sanear la economía del país, se embarcó en el ambicioso proyecto de devolver a España su papel como gran potencia europea. La pérdida de las posesiones italianas por el Tratado de Utrecht no satisfacía ni al rey ni al cardenal, por lo que este último comenzó una serie de negociaciones con Francia y el Papado para intentar recuperar esas posesiones. Con este fin, se invadió Cerdeña y, después, parte de Sicilia, hasta que Gran Bretaña envió una flota armada a la isla y los españoles fueron derrotados en Cabo Passaro el 11 de agosto de 1718.
Después de la derrota y consiguiente pérdida de Sicilia, el cardenal concibió un nuevo plan que contemplaba la invasión de Inglaterra con la ayuda de los clanes escoceses jacobitas, que deseaban restaurar en el trono inglés-escocés a Jacobo Eduardo Estuardo.
En las siguientes páginas hablaremos con detalle de este nuevo plan y de las consecuencias que de él derivaron.
2.- EL PLAN DE ALBERONI.
2.1.- Alberoni y el duque de Ormonde.
James Butler, segundo duque de Ormonde, estadista y militar irlandés, era un convencido jacobita. Deseaba la restauración de los Estuardo en el trono de Inglaterra-Escocia:

Jacobo III Estuardo −también llamado el Viejo Pretendiente− se hallaba exiliado en Francia. Su padre, Jacobo II, convencido seguidor de la Iglesia Católica, fracasó en su intento de restablecer
el catolicismo en Inglaterra. Los líderes parlamentarios de la época pidieron ayuda a Guillermo de Orange, casado con María, la hija de Jacobo II, quien era protestante; consiguieron que Guillermo reclamara el trono y así defendiera la hegemonía protestante en Inglaterra. De esta manera, tras la invasión del de Orange, Jacobo tuvo que huir a Francia.
Al morir Guillermo en 1702, el trono inglés fue ocupado por la última reina de la dinastía Estuardo, Ana I, protestante también y segunda hija de Jacobo II. A la muerte de ésta y, cumpliendo la “Ley de Establecimiento” inglesa −que promulgaba que los futuros monarcas de Inglaterra debían ser protestantes−, el trono pasó a sus descendientes protestantes más directos, encontrados en la casa de Hannover en Alemania. En 1714, el príncipe de Hannover fue coronado como Jorge I.
Por aquel entonces, Jacobo III, tras la muerte de su padre, trató de recuperar el trono para los Estuardo con el beneplácito de franceses y españoles −quienes reconocieron su aspiración a reinar en Inglaterra y Escocia−, y desembarcó en Escocia en 1715 con el apoyo de los jacobitas más leales en lo que se denominó “la Rebelión de 1715”. Pero la mala gestión de algunos jefes jacobitas hizo que fueran derrotados y Jacobo tuviera que volver de nuevo a Francia nada más desembarcar para evitar ser apresado. Tras esta derrota, Francia dejó de darle su apoyo y tuvo que instalarse en los Estados Pontificios.
Aun así, los seguidores jacobitas no se daban por vencidos y seguían conspirando para restaurar en el trono al que consideraban que era el legítimo rey.
Alberoni, aprovechando esta tensión dinástica, recabó la ayuda del duque de Ormonde para frenar el crecimiento del poder británico, sobre todo tras la derrota de Cabo Passaro. Ambos se reunieron en Madrid y de sus conversaciones nació el plan que contemplaba una invasión en suelo inglés.
En la carta fechada el 17 de diciembre de 1718 que Ormonde envía a Jacobo en Roma, se da detalle del plan para restaurarlo en el trono. En ella, sobre todo, cuenta el ofrecimiento de Alberoni para su causa y para poder llevar a cabo el plan ideado: 5000 soldados (4000 infantes y 1000 jinetes), 300 caballos, pertrechos, municiones, dinero, barriles de pólvora y unos 1500 mosquetes.
En un principio, Alberoni era partidario de un ataque directo contra Inglaterra, pero Ormonde lo disuadió de esa descabellada idea porque pensaba que los españoles no tendrían así ninguna posibilidad de vencer. Es por ello, por lo que le propuso una maniobra de distracción que les diera una oportunidad.
Finalmente, el plan fue concebido y aprobado por Alberoni y Felipe V.
2.2.- El plan.
Ormonde y Alberoni terminaron concibiendo un plan que, a pesar de su sencillez, podría dar muy buenos resultados:
Por un lado, la flota que embarcaría a las fuerzas principales de invasión y que comandaría el propio duque de Ormonde, se dirigiría al sudeste de Inglaterra, posiblemente a Cornualles o, en su defecto, a Gales, donde había un importante núcleo jacobita al que armarían con los pertrechos que traían desde España.
Por otro lado, una pequeña fuerza de distracción se dirigiría a Escocia para alzar en armas a los clanes de la zona occidental, proporcionarles los suficientes mosquetes para ello y crear un segundo frente en suelo británico desde el que debían atraer la atención inglesa para permitir la llegada de Ormonde con la flota y el grueso del ejército.
Para esta segunda parte del plan, contaron con el apoyo de George Keith, 10º Earl Marischal, que viajó a Madrid para recibir instrucciones. El cardenal Alberoni le cedió el mando de dos fragatas, 2000 mosquetes para equipar a los clanes, dinero, munición y un pequeño contingente de soldados regulares españoles.