“LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A ESCOCIA DE 1719”
CAPÍTULO. III
5.- BATALLA DE GLENSHIEL.

5.1.- Camino de la batalla.
Con la imposibilidad de que las fuerzas rebeldes pudieran salir de Escocia por el bloqueo al que estaba sometiendo la Royal Navy a las costas escocesas, se mantuvieron intensas reuniones en el campamento jacobita sobre los pasos a seguir.
Durante todo el mes de mayo, se había intentado atraer a los clanes para la causa rebelde, pero pocos habían sido los que decidieron unirse. La noticia de la dispersión de la flota de Ormonde corría como la pólvora en las Tierras Altas y los clanes temían el ser vencidos de nuevo y perder sus medios de subsistencia como había ocurrido en el “15”. Aun así, reclutaron a unos 1000 hombres. Entre ellos, llegó el hermano de Tullibardine, lord George Murray con sus fuerzas y Rob Roy MacGregor, que reclutó hombres en la zona norte de Argyll-shire.
Conociendo la noticia de que el general Whightman había partido desde Inverness −concretamente, desde Fort Augustus−, para hacer frente a las tropas rebeldes, los jefes jacobitas decidieron elegir el sitio donde se encontrarían para enfrentarse y así obtener la ventaja de que el terreno les fuera favorable. La elección fue la “Cañada de Glenshiel” (Ghleann Seile, en gaélico escocés), un desolado escenario al sureste de la cabeza del loch Duich. Así, las tropas rebeldes se pusieron en marcha, dividiéndose en dos columnas, que costearon cada una de ellas respectivamente el loch Duich y el loch Long, hasta alcanzar el río Shiel.
Una vez en la cañada, se decidió posicionarse en el lugar donde el camino cruzaba el río Shiel por un puente de piedra. Al norte de la posición, un brazo de la montaña se proyectaba hacia la cañada y ésta, a su vez, se contraía hacia un estrecho desfiladero que apuntaba a un canal rocas cubierto de brezo y rodeado de helechos y abedules. El camino atravesaba un pequeño estrecho en el lado norte del río y se adentraba en una estrecha repisa de roca entre el río y la colina, desde donde las fuerzas enemigas podrían ser avistadas al instante.
El 9 de junio, las tropas jacobitas ocuparon este lugar y allí aún se reunieron con ellos unos 200 hombres más. Anteriormente, John Cameron de Lochiel, quien había ido a sus tierras para reclutar gente, volvió con una fuerza de 150 hombres y, al día siguiente, llegó el hijo de Rob Roy con alrededor de 80 hombres más.
5.2.- Regimientos enemigos.
Una vez las tropas rebeldes se posicionaron en la zona más angosta y favorable, se dedicaron a fortificar el camino que ascendía con barricadas y, por la ladera de la colina, en el lado norte del río, se cavaron trincheras con las que protegerse. Aquel fue el lugar elegido para que el cuerpo principal de tropas españolas y jacobitas se situara.
En el centro, se posicionaron los 260 soldados del Regimiento Galicia divididos en dos grupos: la 1ª compañía del 1º batallón, al mando del teniente coronel Bolaño; y la 2ª compañía del 1º batallón, al mando del sargento mayor Alonso de Santarem.
También, en la zona central se situaron alrededor de 150 hombres de Tullibardine, acompañados por Glenderuel, así como el brigadier Macintosh de Borlum, que se posicionó junto a Bolaño.
En el flanco izquierdo, se situaron los 200 hombres del clan MacKenzie comandados por sir John MacKenzie de Coul; los 150 hombres del Cameron de Lochiel; los 50 del clan MacKinnon; y los 80 hombres del clan MacGregor, al mando de Rob Roy.
El propio Seaforth se situó en el extremo izquierdo de la línea rebelde, junto a la montaña Scout Ouran. Con él, también estaban el Earl Marischal George Keith y el brigadier rebelde Campbell.
Finalmente, en el flanco derecho, se situaron los 150 hombres del clan Murray, comandados por un jovencísimo lord George Murray (se cuenta que esto también produjo tensiones entre el Earl Marischal y Tullibardine, ya que el primero consideraba a George Murray demasiado joven y sin experiencia para comandar a los hombres. De hecho, era la primera experiencia militar para este joven de 14 años).
Al amanecer del día 10 de junio, las tropas inglesas de Wightman ya se encontraban a solo cuatro millas de la cañada, llegando a la vista de los jacobitas alrededor de las dos de la tarde.
Poco a poco, el ejército gubernamental fue tomando posiciones:
En el lado derecho, frente a Seaforth, se posicionó el contingente de las Tierras Altas afín a la Corona: 50 hombres del clan MacKay, al mando de lord Strathgnaver.
El cuerpo principal de las tropas hannoverianas se dividió en dos alas:
-En el ala derecha (aparte de los MacKay), al mando del coronel Clayton, se situaron los 150 granaderos del mayor Melbourne; el Regimiento Montagú, comandado por el teniente coronel Lawrence; 50 hombres del destacamento del coronel Harrison; el Regimiento holandés Huffel; y cuatro compañías de varios clanes como los Fraser, los Ross y los Sutherland.
-En el ala izquierda, ubicada en la orilla sur del río, se posicionó el coronel Reading, al mando del Regimiento Clayton, flanqueado por 80 hombres del clan Munro, comandados por George Munro de Culcairn.
La compañía de dragones −los Scot´s Grey−, y los cuatro morteros de campaña, permanecieron en el camino a la espera de entrar en acción.
5.3.- Batalla de Glenshiel.
La confrontación comenzó entre las 5 y las 6 de la tarde, cuando el ala izquierda del ejército hannoveriano avanzó contra las tropas comandadas por el joven lord George Murray, en el lado sur del río. Antes, los cuatro morteros de campaña habían abierto fuego contra ellos, para luego dirigirse a unas 400 yardas del centro rebelde.
Como iba diciendo, la posición de Murray se vio amenazada por el ataque del Regimiento Clayton y los Munro; y, aunque el primer ataque fue rechazado, pronto se reagruparon y volvieron a la carga haciendo que el joven lord tuviera que retirarse a la seguridad de la ladera abriendo, así, una gran brecha en el ala derecha del ejército rebelde.
Una vez abatida el ala derecha, Wightman decidió atacar el ala izquierda. Mientras, los morteros seguían bombardeando la zona central impidiendo, de esta manera, que las tropas españolas pudieran socorrer a sus aliados en los flancos. El Regimiento Montagú y los hombres del coronel Harrison ascendieron con las bayonetas caladas para hacer frente a las tropas de Seaforth. Éste, viéndose superado, pidió refuerzos, consiguiendo la ayuda de los hombres de sir John Mackenzie y los de Rob Roy. Pero fue herido en el brazo y Rob Roy tuvo que ayudarlo a retirarse hacia la montaña.
Una vez desintegradas las dos alas rebeldes, Wightman se concentró en la línea central jacobita; especialmente, en el Regimiento español que, impertérritos, aguantaban en sus posiciones a pesar de haber tenido algunas bajas a causa del fuego de los morteros. Formados en líneas paralelas, la bandera desplegada y sus uniformes blancos y rojos, se mantuvieron firmes hasta que vieron como el caos se adueñaba de sus aliados y solo entonces, de forma paulatina, fueron replegándose colina arriba.
6.- LA HUIDA: “EL PASO DE LOS ESPAÑOLES”.
El combate había durado alrededor de tres horas. El ejército de Tullibardine tuvo que retirarse, mientras los soldados ingleses iniciaban la persecución de los vencidos para expulsar a toda tropa rebelde del campo de batalla. Las tropas españolas no tuvieron más remedio que seguir ascendiendo por un desolado y abrupto cortado entre las montañas que los lugareños bautizaron con el nombre de “Bealach-na-Spainnteach”, es decir, “El paso de los españoles”. Todavía hoy lo llaman así.
En algunas fuentes se cuenta que el teniente coronel Bolaño se ofreció a Tullibardine para cargar de nuevo contra los ingleses. Pero la temeraria propuesta fue rechazada por el alto mando jacobita.
Las bajas de ambos bandos fueron moderadas: unos 21 muertos y 121 heridos en el frente inglés; y alrededor de 100 en el jacobita.
Al caer la noche, los jefes jacobitas se reunieron para decidir el siguiente paso a seguir. Sin municiones ni provisiones poco se podía hacer y Tullibardine sugirió a los españoles retirarse con ellos hacia las Tierras Altas escocesas para esperar noticias de Ormonde y su posible continuidad del plan inicial. Pero una larga marcha a través de una tierra hostil y desconocida no parecía la mejor idea en la que embarcar a las tropas que comandaba Bolaño. Finalmente, se resolvió que las fuerzas de España se rindieran y que los highlanders se dispersaran y buscaran dónde esconderse.
El sargento mayor Alonso de Santarem capituló y Wightman aceptó la rendición con todos los honores, permitiendo incluso el derecho a conservar bandera y pertenencias.
Los líderes jacobitas, a cuyas cabezas se había puesto precio, se ocultaron en las Tierras Altas a la espera de no ser capturados por las batidas de ingleses que recorrieron la zona durante meses.
7.- ENCIERRO Y VUELTA A ESPAÑA.
Los prisioneros españoles fueron en total 274 hombres. En primera instancia, fueron enviados a Inverness, donde permanecieron encerrados hasta que llegó la orden de trasladarlos a Edimburgo. Una vez en la capital escocesa −y según el político y espía de los Estuardo, George Lockhart de Carnwath−, fueron bien tratados:
“the officers, who had the liberty of the town, were used by the loyall party with all the civility and kindness imaginables; but the Government for a long time refused to advance subsistence money to them, by which in a little time they were reduced to great straits, which appeared even in their looks tho´ their Spanish pride would not allow them to complain”.
Al final, Nicolás Bolaño se ganó el aprecio de la alta sociedad de Edimburgo y consiguió un crédito del marqués de Beretti-Landi, el embajador español en Holanda, con el que poder subsistir hasta que en octubre fueron embarcados de vuelta a España.
8.- CONSECUENCIAS PARA LOS VENCIDOS.
Debido a las tensiones europeas a las que las gestiones del cardenal Alberoni habían abocado a la Corona española y la necesidad de ésta de congraciarse con el resto de potencias (los británicos incluso accedieron a parlamentar siempre y cuando el cardenal fuera apartado de las negociaciones), hicieron que se tomara la decisión de destituirlo de su cargo. El 5 de diciembre, el secretario particular del Rey de España, le entregó a Alberoni una orden para que abandonara sus cargos y el país en un breve plazo de tiempo. El Decreto por el que se le destituyó, decía:
“Siendo obligado a procurar continuamente à mis vasallos la ventaja de una Paz general, trabajando hasta poder conseguir un tratado honroso, y conveniente, que pueda ser durable; y queriendo con esta mira, quitar todo el obstáculo, que pueda causar el mínimo recaudo à una obra de que tanto depende al bien público, como también por otras justas razones, he hallado a propósito el apartar al Cardenal Alveroni de los negocios en que tenía manejo, y à el mismo tiempo darle, como lo hago, mi real orden se retirase de Madrid en el término de 8 días, y del Reyno en el de 3 semanas, con prohibición de mezclarse en cosa alguna del Gobierno, no parecer en la Corte, ni en ninguno otro lugar donde Yo, la Reyna, ò cualquier Príncipe de mi Real Familia pueda hallarse”.
A Alberoni, a quien incluso la reina Isabel de Farnesio había dado la espalda, no le quedó más remedio que salir del país. En su camino a la frontera, fue objeto de un registro por parte de oficiales de la Corona, así como de un ataque por bandoleros y de la inquina que le profesaban los lugareños con los que se cruzaba, obligándole a disfrazarse para poder salir del país. Se retiró a Italia y murió en 1752.
Unos meses antes, el 14 de agosto, Jacobo Estuardo había abandonado España para encontrarse con su esposa por poderes, la princesa Clementina, en Montefiascone.
Mientras, Ormonde se quedó en España y aceptó una pensión por sus servicios, al tiempo que seguía intentando realizar proyectos para que los Estuardo fueran restaurados en el trono de Gran Bretaña. Luego marchó a Francia y pasó sus últimos años en Avignon, donde murió en 1745.
El marqués de Tullibardine siguió militando en la causa jacobita y desplegó el estandarte del príncipe Carlos (el hijo de Jacobo Estuardo), en Escocia en 1945. Tras la derrota total de los jacobitas en Culloden en 1746, fue ejecutado en la Torre de Londres.
Seaforth firmó la paz con el rey Jorge de Inglaterra en 1726 y pasó sus últimos días en su residencia escocesa.
El Earl Marischal George Keith y su hermano James, cruzaron al continente y, tras muchas vicisitudes, entraron al servicio de Federico el Grande, rey de Prusia. El Earl Marischal se convirtió en embajador en Francia del monarca prusiano y murió en 1778. Su hermano se convirtió en marshal del ejército de Federico y murió en la batalla de Hochkirch en 1758.
Lord George Murray fue uno de los líderes más destacados de la rebelión jacobita de 1945 y logró grandes victorias para la causa de los Estuardo. Escapó al continente tras la derrota de Culloden y murió en 1760.
Por último, Rob Roy MacGregor pasó a la clandestinidad tras Glenshiel, hasta que pudo regresar a su hogar en Balquidder. Murió en 1734.
La mayoría de los clanes jacobitas mencionados siguieron esperando el regreso de un rey Estuardo al trono de Escocia y muchos lucharon en Culloden en 1746, con distintos resultados.
